dimanche 20 juin 2010

Erro, valle y puerto


Convenimos Elie y yo que el olvido de sellar en Roncesvalles, era una experiencia a no desestimar, y que en lo adelante…, por delante teníamos aún unos quince kilómetros que recorrer para llegar a Zubiri. Hermoso paisajemontañero el que nos ofrece la vista a la derecha. Lejos en el fondo, azulado, el Quinto Real con sus 1317 m, y en declive de azules y grises, como una escalera descendiendo hacia nosotros, los 1236 m del Tiratun, a la altura de Lintzoain, El Fuerte, y entre éste y el puerto de Erro, el monte Carrovide, camino de altura para los peregrinos a pie. Al alcanzar Erro, hemos avanzado notablemente en la subida. Minúsculo Erro donde apenas nos detenemos; seguimos nuestro errar al puerto, y ni sombra de la camioneta de la pareja de franceses de Haute-Savoie. Evidentemente, el peregrino caminaba a ritmo sostenido, y nos avanzó largamente. El descenso, bienvenido, pasó de 801 m en el puerto de Erro, a los 495 m donde se levanta Zubiri. El panorama es igual de palpitante. El valle protegido de montes, donde sobresale a la izquierda, el Otamendi, de 1016 m.

De pronto, después de una cerrada curva, Agorreta. Un villorrio con Iglesia construida en un desnivel. Muros de piedras, cubierta de tejas y portalón de tejas sostenido por columnas de madera. Viejas casas, muriendo con el tiempo. Una aldeana trabajando una huerta entre la iglesia y su casa. Intercambiamos con la aldeana, joven, a propósito de su huerto, cuidado con mucho esmero. Adioses y buen camino. Al seguir descendiendo, no queda dudas, hemos llegado a Zubiri, que en vasco significa “la aldea del puente”. En Zuribi, el verde pertenece, no al Erro, sino al Esteríbar. La vida parece detenerse en este pueblito, que sólo el puente medieval, de dos ojos sobre el río Arga y conocido como “de la Rabia”, revela su pasado jacobeo. Del hospital de leprosos y del monasterio fundado en el sXI, nada queda. Nos instalamos en El palo de Avellano, un hostal-residencia situado en la misma ruta nacional y vecino de la iglesia de San Martín, cuyo campanario y reloj vemos desde la ventana. Esta iglesia es de nueva construcción, pues la original fue destruida en los tiempos de la guerra carlista. Noche de partido de football y estómagos hambrientos. A la entrada de Zubirí entramos en un restaurante, atestado de pueblerinos endomingados. El menú variado y copioso, los dependientes sonrientes. La patrona del hostal parecía simpática pero en realidad no lo era, más bien, transpiraba hipocresía su educación. Compartimos la habitación con cuatro españoles de Albacete, que optaron por las literas, y una inglesa, que como nosotros, prefirió una cama normal. Gente simpática. Conocimos al resto de los peregrinos la mañana siguiente antes del “départ”, todos franceses, género insoportables…, como si nunca hubieran tropezado peregrinos en bicicleta! Habíamos decidido desayunar solamente nuestra sopa miso japonesa, hasta que encontráramos un bar o café un poco más tarde. Trabajo le costó a la patrona calentarnos dos tazas de agua, y hasta nos conminó a servirnos de la máquina automática que tronaba en el salón, 60 céntimos el gobelet, -hay que tener gandinga, me dije, ella se olvidó del espíritu del camino…©eW&cAc

S’CONVENTUS HOSPITALIS ROSCIDEVALLIS

La suerte nos acompañó, o quizás estaba escrito de que así pasaría… Un VW azul matriculado en Navarra se detuvo a cinco metros del crucero. Sin mucho preguntar me abrieron la puerta trasera y comenzó mi retorno imprevisto a Roncesvalles. El conductor, un navarro treintañero, transpirando aires de buena familia. El copiloto y la señora sentada detrás, madre e hijo, burgaleses amigos del conductor, que iban a Roncesvalles para desde allí comenzar una etapa en el camino a Santiago de Compostela. El tiempo justo para intercambiar impresiones y una vez detenidos en la explanada del hospital de peregrinos, mi agradecimiento y mi deseo de un buen comienzo de camino. Corrí a sellar nuestras credenciales, recibí de manos de la benévola hospitalera un montón de información sobre el camino navarro, y hasta una cinta azul luminosa para situar en la bici y ser visible por los automovilistas con la inscripción Ruta Jacobea 2010. Un peregrino, con aires de fatiga, me interpeló en el hall a la salida del buró de acogida de los caminantes, pero no pude responder a su interrogante. Raudo, como otras veces, salí a la carretera con el objetivo de pedir ayuda y llegar a Gerendiain donde me esperaba, tullido del frío, mi excelente amigo Elie Wakim. En Roncesvalles, al borde la carretera, una cerca de alambre protegía un prado inmenso, verde anís con manchas del verde que colorea las hojas nuevas del laurel. Sobre la cerca, a manera de tendedera, los peregrinos hacían secar ropas y calcetines que una vez fueron blancos. El tercer automovilista se detuvo a mi lado y me dijo que me sentara detrás. Una mujer rubicunda, de poco hablar pero que me dijo que le pareció que yo tenía un problema. El problema, que había sido el olvido de la credencial, ya estaba resuelto. El de ahora era llegar a Gerendiain. Puedo ayudarte hasta la mitad del problema solamente. Y dicho esto aminoró la velocidad, encendió las luces de girar a la izquierda, y al hacerlo se detuvo. La mujer, que trabaja en un restaurante de Roncesvalles, terminaba de trabajar y se dirigía a Ureta. Durante un momento me sentí acompañado por un rebaño de vacas blanquinegras. Casi sin hacer dedo, un auto gris se detuvo. La conductora bajó los cristales, me preguntó, asintió y desde que nos pusimos en marcha, la conversación fue cordial y fluida. Una mujer hermosa, simpática, gentil como buena navarra. Acababa de dejar a su hija con unos americanos que habían conocido en un viaje académico a los Estados Unidos. Ellos encantados, ella también. Yo, por supuesto, satisfecho de aquel encuentro dominical en una carretera de la Comunidad Foral de Navarra. La señora, socióloga o psicóloga, trabaja como investigadora y también es enseñante, ama Navarra y adora los encuentros donde la fraternidad es más importante que las simples formalidades. Le entregué mi tarjeta. Le agradecí su ayuda y se lo agradezco a través de estas páginas. Espero visite la bitácora o trabe contacto con nosotros. Elie me esperaba, medio tullido por el frío. Sorprendido de verme volver en el espacio de una hora y cuarto, tiempo que tomó, por un descuido, el sellado de la credencial en tierras de batallas y cantares. ©eW&cAc

…a Zubiri, evidentemente!


Al dejar Roncesvalles, nos quedaba poco más de 22 km para encontrar un sitio donde pasar la noche, y el lugar sería Zubiri, en el valle del Arga. Burguete [Auritz] se nos apareció en el camino como un espejismo, una localidad en extremo pulcra, sus casas alineadas a ambos lados de la ruta nacional. Burguete me pareció “localidad dormitorio”, más bien un burgo de Roncesvalles. Ni un alma en el pueblo, ni a la puerta ni en las ventanas de sus hermosas casonas, todas con cubiertas a cuatro aguas, construidas en los siglos XVIII y XIX. Al pasar frente al Hostal Burguete, el deseo de terminar la etapa jornalera nos asaltó súbitamente. En 1104, Burguete cedió a Conques su hospedería. Delante de la iglesia de San Nicolás, que conserva su portada del XVII, recordé mi paso por Conques hace ya algunos años cuando nos dio por veranear en la Dordogne.

Bosques de pinos negros y hayas verdean el camino, cercadas praderas de verde claro donde pastan blanquinegras vacas con aire sorprendido a nuestra parada de salutación. La humedad la proporciona el arroyo Urrobi. GOYAN BEGO, camposanto pasible del otro lado de la carretera nacional. Después cruzamos otro pueblito, cuyas viejas piedras datan de 1269 cuando fuera fundado por el rey Teobaldo. Calcinado por la soldadesca francesa durante la guerra de Convención, en 1794, fue renaciendo de sus ruinas y con el tiempo restaurado. Como Burguete, Espinal [Aurizberri], se estira a ambos lados de la ruta, y a su izquierda, viniendo de Roncesvalles, se levanta San Bartolomé, la iglesia que fuera construida en 1961.


Apenas quitado Espinal, el camino en cuesta no se hace esperar. A ritmo de caravana de jicoteas subimos el umbroso alto de Mezkiritz, a 922 m. Bosquecillos y arboledas se comparten las alturas, desde la cual los Pirineos son una secuencia de cartones azulgrises superpuestos. Leemos la inscripción sobre la estela colocada en el alto en la que se pide se rece una salve. Coronando la estela al interior de un arco sostenido por dos columnatas esculpidas, aparece la figura de NS de Roncesvalles. No estando obligados, hacemos caso omiso a la petición como buenos cristianos de este siglo.

Seguimos la ruta sombreada y nos detenemos en Biskarreta-Gerendiain, justo en un crucero, con casas blancas silenciosas, tejado a dos aguas y macetas de flores ambientando muros y balcones. Un gato gris se inmoviliza viéndonos aparcarnos en su propiedad. Justo allí, a quince kilómetros de Roncesvalles, Elie me hace saber que hemos olvidado sellar en el hospital de peregrinos nuestra pauta caminera. Pude haber dicho y fuerte “me caso en la que canta y no pone”, tragué saliva y quise decir “oh mon Dieu”, pero no sabiendo a cuál Dios dirigirme, de mi boca salió como un bólido “oh putain”. Acto seguido, respiré profundo y le dije a Elie que lo resolveríamos, que costara lo que costara, nuestra credencial tendría el sello de Roncesvalles. Hacía esa mezcla de aire frío y humedad con olor a hierbas y árboles de las alturas. Crucé la carretera y comencé a hacer “autostop” a la inversa de la dirección que llevábamos. Un peregrino francés, de Haute-Savoie, nos preguntó si podía ayudarnos en algo, gentil nos propuso que rodáramos hasta el puerto de Erro, donde lo esperaba su mujer en una camioneta, y nos dio las señas. Le dicen, y ella los lleva de vuelta a Roncesvalles y los regresa también. El peregrino, mochila, cámara de fotos y bastón en mano, nos saludó y desapareció a la vuelta de una esquina del pueblito. Elie y yo en el crucero. Cada uno en un lado de la carretera…©eW&cAc

Pausa en La Posada de Roncesvalles


En el puerto de Ibañeta solo nos queda volver a montar nuestras bicicletas y pedalear el kilómetro y medio que lo separa de Orreaga, es decir Roncesvalles [Orreaga]. Desde la carretera en pendiente comienzan a vislumbrarse los renovados techos del hospital de peregrinos, de indudable corte neoclásico. El inmueble, diseñado en la última década del XVIII, fue construido entre 1802 y 1807. Al observarlo desde la altura, se distingue su cuerpo horizontal con tres plantas que dan al patio y cuatro en dirección al este. Ventanales cuadrados airean el hospital, administrado por el arzobispado de Pamplona. Al edificio se entra por un portal con arco de medio punto guarnecido de friso y pilastras, sobre un frontón triangular.

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Un aire frío se instala en el ambiente. La fatiga clama por un reposo al abrigo del aire helado que baja de los picos. Antes disfrutamos del patrimonio urbano. Reviso mi guía. En efecto, la pequeña iglesia gótica, del sXIII, es la de Santiago o de los Peregrinos. De sencilla factura, pero hermosa portada de arco apuntado. A la derecha, la Capilla de Sancti Spíritus, conocida como “Silo de Carlomagno”. Remarcable, la Iglesia de la Real Colegiata de Santa María. El edificio más lujoso de Roncesvalles, notorio por la excelencia de su gótico puro, paradigma navarro del estilo, y que fuera ordenado por Sancho el Fuerte, que lo eligió como sitio para su enterramiento. El aire glacial nos hiela y el hambre no admite otra demora. Dejamos las bicicletas en un recodo y raudos entramos en La Posada (http://www.laposadaderoncesvalles.com/) una vieja casona del sXVI, trabajada con piedras y madera. Ambiente dominguero en el restaurante desbordado de españoles, probablemente asiduos del lugar porque comen, hablan y gesticulan como en su propia casa. No vemos otros peregrinos que nosotros. El servicio es eficiente. Las truchas navarras acompañadas de patatas nos fortifican el estómago. El arroz con leche, hecho en la casa, es una delicia. Raudos, tal como entramos, pagamos y salimos del restaurante. En el vestíbulo, algunos peregrinos descansan, con las botas descalzadas. Mochilas y bastones tirados por el suelo. Alcanzamos las bicicletas y aún tibios del abrigo restaurador, ponemos rumbo a…©eW&cAc

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La subida al puerto de Ibañeta

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Como he mencionado anteriormente, dejamos Zazpiak bat en las alturas de St-Jean-Pied-de-Port y rodamos cuesta abajo hasta encontrar la carretera departamental D 933. Casi pegado a Donibane-Garazi, que es el nombre vasco del pueblito francés al pie de Roncesvalles (a partir de este momento, escribiré entre corchetes tal como se llaman los pueblos, sitios y lugares, en las lenguas originales de las regiones), aparece sobre la carretera, -y muchas serán a lo largo del camino, la primera señal anunciando un asentamiento humano, Uhart-Cize [Uharte Garazi] y casi una hora después el segundo y último pueblo francés antes de cruzar la apenas visible frontera que separa Francia de España: Arnéguy [Arnegi], atravesado por el arroyo Luzaide. Al dejar el hexágono, quitábamos la Basse Navarre para adentrarnos en la Comunidad Foral de Navarra, verde, pasible, sombreada por las nubes y protegida por la altura de sus picos. La ruta deja de ser la D933 para convertirse en la nacional N-135, carretera panorámica verdadero bálsamo óptico capaz de hacernos disfrutar de las alturas, del canto de los pájaros montañeros, de los profundos valles salpicados de casitas y olvidar la dificultad de la cuesta y de sus peligrosas curvas. En Luzaide / Valcarlos [Luzaide] llenamos nuestras cantimploras en la fuente frente al ayuntamiento, con su portal de tres arcadas sostenidas por dos gruesas columnas en piedra de talla. Justo enfrente, la iglesia de Santiago Apóstol, de cabecera pentagonal, reconstruida entre 1799 y 1802, al ser destruida la iglesia original durante la guerra de Convención.
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Apenas dejado el pueblo, el verde desborda la ruta. La ruta se refresca con los manantiales murmurantes. La vegetación es exuberante, incluso a esas alturas del monte, cual si tierras bajas. Chopos, fresnos, castaños, hermosos robles y hayas son el refugio perfecto de aves y animales. La paloma torcaz y el zorzal comparten los bosques con el zorro, la liebre, el gato montés y el jabalí. Las truchas nadan tranquilamente en el Luzaide y no es raro ver una víbora aspid escurrirse entre las hierbas del borde de la ruta. A proximidad de Gainekoleta, Francia es un paisaje casi lejano que se reconoce por los 1114 metros del Pico de Beillurti emergiendo entre las nubes. Si hermoso es mirar adelante, hermoso es redescubrir lo que vamos dejando detrás de nosotros. A la izquierda se suceden cuatro alturas pirenaicas: el puerto de Bentarte [Collado de Bentartea, 1337m], el Collado Lepoeder de 1430m, Mendi-Chipi (1506m) y un poco menos alto, el llamado Alto-Biscar a 1266m. En cuanto a nosotros, hemos alcanzado a horas del mediodía el puerto de Ibañeta, a 1057 m de altitud. Lo peor ya lo hemos pasado, coincidimos ambos mientras aparcamos las bicicletas. Cada uno corre a su libre albedrío, piernas aún entumecidas, cámara en mano y ojos avizores.

Desde Ibañeta, el paisaje en lontananza corta la respiración. El ascenso al puerto es una meta que ningún peregrino puede menospreciar. San Salvador de Ibañeta existe desde el siglo XI y su nombre aparece en el Cantar de Roland. A finales del sXIX, la ermita era pasto del abandono y la ruina. La que vemos hoy día, de aires modernos, fue construida en 1965. El tañido de su campana siempre ha guiado a los peregrinos. En el alto de Ibañeta trabamos conversación con dos ciclistas holandeses y una pareja de australianos que nos pidieron le tomáramos una foto con su cámara. El aire fresco de la cumbre nos empujó al monumento erigido a la memoria de Roland y la batalla de Roncevaux. Galope de caballos, lanzas y corazas. Ibañeta lo sentimos como si transpirara aún los sudores del Medioevo. ©eW&cAc
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