Como he mencionado anteriormente, dejamos Zazpiak bat en las alturas de St-Jean-Pied-de-Port y rodamos cuesta abajo hasta encontrar la carretera departamental D 933. Casi pegado a Donibane-Garazi, que es el nombre vasco del pueblito francés al pie de Roncesvalles (a partir de este momento, escribiré entre corchetes tal como se llaman los pueblos, sitios y lugares, en las lenguas originales de las regiones), aparece sobre la carretera, -y muchas serán a lo largo del camino, la primera señal anunciando un asentamiento humano, Uhart-Cize [Uharte Garazi] y casi una hora después el segundo y último pueblo francés antes de cruzar la apenas visible frontera que separa Francia de España: Arnéguy [Arnegi], atravesado por el arroyo Luzaide. Al dejar el hexágono, quitábamos la Basse Navarre para adentrarnos en la Comunidad Foral de Navarra, verde, pasible, sombreada por las nubes y protegida por la altura de sus picos. La ruta deja de ser la D933 para convertirse en la nacional N-135, carretera panorámica verdadero bálsamo óptico capaz de hacernos disfrutar de las alturas, del canto de los pájaros montañeros, de los profundos valles salpicados de casitas y olvidar la dificultad de la cuesta y de sus peligrosas curvas. En Luzaide / Valcarlos [Luzaide] llenamos nuestras cantimploras en la fuente frente al ayuntamiento, con su portal de tres arcadas sostenidas por dos gruesas columnas en piedra de talla. Justo enfrente, la iglesia de Santiago Apóstol, de cabecera pentagonal, reconstruida entre 1799 y 1802, al ser destruida la iglesia original durante la guerra de Convención.
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Apenas dejado el pueblo, el verde desborda la ruta. La ruta se refresca con los manantiales murmurantes. La vegetación es exuberante, incluso a esas alturas del monte, cual si tierras bajas. Chopos, fresnos, castaños, hermosos robles y hayas son el refugio perfecto de aves y animales. La paloma torcaz y el zorzal comparten los bosques con el zorro, la liebre, el gato montés y el jabalí. Las truchas nadan tranquilamente en el Luzaide y no es raro ver una víbora aspid escurrirse entre las hierbas del borde de la ruta. A proximidad de Gainekoleta, Francia es un paisaje casi lejano que se reconoce por los 1114 metros del Pico de Beillurti emergiendo entre las nubes. Si hermoso es mirar adelante, hermoso es redescubrir lo que vamos dejando detrás de nosotros. A la izquierda se suceden cuatro alturas pirenaicas: el puerto de Bentarte [Collado de Bentartea, 1337m], el Collado Lepoeder de 1430m, Mendi-Chipi (1506m) y un poco menos alto, el llamado Alto-Biscar a 1266m. En cuanto a nosotros, hemos alcanzado a horas del mediodía el puerto de Ibañeta, a 1057 m de altitud. Lo peor ya lo hemos pasado, coincidimos ambos mientras aparcamos las bicicletas. Cada uno corre a su libre albedrío, piernas aún entumecidas, cámara en mano y ojos avizores.
Desde Ibañeta, el paisaje en lontananza corta la respiración. El ascenso al puerto es una meta que ningún peregrino puede menospreciar. San Salvador de Ibañeta existe desde el siglo XI y su nombre aparece en el Cantar de Roland. A finales del sXIX, la ermita era pasto del abandono y la ruina. La que vemos hoy día, de aires modernos, fue construida en 1965. El tañido de su campana siempre ha guiado a los peregrinos. En el alto de Ibañeta trabamos conversación con dos ciclistas holandeses y una pareja de australianos que nos pidieron le tomáramos una foto con su cámara. El aire fresco de la cumbre nos empujó al monumento erigido a la memoria de Roland y la batalla de Roncevaux. Galope de caballos, lanzas y corazas. Ibañeta lo sentimos como si transpirara aún los sudores del Medioevo. ©eW&cAc
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