lundi 28 juin 2010

Molinaseca, Molina familiarmente





Descolgados del puerto en un pautado descenso, termina la etapa. Estamos a solo 590m de altura. En Molinaseca, una parada que nos permitirá descubrir la antesala del valle del Bierzo, un asentamiento mencionado en legajos desde el 1097, alegre y hermoso pueblo en el 2010. Viniendo desde Riego, nos da la bienvenida el Santuario de la Virgen de las Angustias, cuyo retablo barroco es obra de Pedro Núñez de Losada. El santuario conserva una imagen de la Virgen Preciosa, del s.XII. La virgen sostiene en su regazo un Cristo demolido por las circunstancias, casi dramático. Por la Calle Real, que es también la calle de los Peregrinos, porque sigue el trazado del Camino de Santiago, bicicleta en mano, vamos mirando aquel que será en la localidad berciana, sitio para pernoctar. Casas,casas nobles y palacios, escudos, maderay forja, muestrario de un rico pasado urbano. Hacemos toda la calle y nos detenemos en Real y Palacio. Haciendo esquina, una hermosa casa blasonada. Allí nos quedamos. Una vez acomodados en El Palacio, salimos a la calle para mirar y olfatear. Mucho hay que ver en el pueblo, y luego dejarnos llevar por el olor que sale de sus mesones y cocinas. El peregrino precisa de reponer fuerzas, comiendo, y a discreción, bebiendo, porque estamos en tierras de cultura vitícola. Se nos ofrece un abanico de platos a degustar. Y escogemos un sitio con vista al puente sobre el río Merueno, una obra romana transformada en el s.XVI y vuelta a transformarse muchas veces a causa de las devastadoras crecidas del río. Dos peregrinos golosos y gourmets indecisos ante una profusión de platos: caldo berciano, pulpo a la berciana, cecina, lacón, la androlla, los chichos, el botillo, los embutidos, cordero, cabrito o peces de río, on choisit quoi? En una mesa cercana, la holandesa cincuentona, excelente ciclista. Difícil de alcanzarla en el camino, y de hacerlo y pasarla, sentíamos sus nervios crispar, viva imagen del feminismo audaz y de vanguardia.

Esbelta, la iglesia parroquial de San Nicolás, con reloj incorporado entre sus dos campanas, en el cuerpo superior de la espadaña. A los pies de la iglesia, rodeada de viviendas, una mujer escoge y desenvaina guisantes. Presta a conversar, nos muestra las cajetas y lo tierno del grano. Volvemos a la calle real con sus casonas balconadas, con forja y solanas de madera. Los vecinos sentados a la puerta de sus casas, la casa-torre de doña Urraca y el palacio de los Balboa sumidos en la quietud y el silencio. En la otra punta de la calle, un crucero y otro monumento al Peregrino. Caminar por Molina, me hace pensar en Belorado. Diferentes, pero en la traza del Camino. Al caer la noche también caemos nosotros muertos de fatiga. Etapa cumplida, satisfacción de peregrinos! ©eW&cAc

Riego de Ambrós


Montañero, este pueblito nos servirá de transición para llegar a nuestro fin de etapa. El descenso es brusco, alocado, solo las ruedas perciben el riesgo de rodar a tal velocidad. El aire no nos despeina, es imposible, felizmente portamos cascos en caso de caída. Y cuesta abajo, el aire, la respiración cortada, la visión extendida del paisaje que va perdiendo altura, los techos lajeados, la pizarra negroplateada, la espadaña de la parroquial, iglesia de La Magdalena. Riego de Ambrós, justo pasar. ©eW&cAc

…acebos en El Acebo?




Entre el Collado y El Acebo[1], casi seis kilómetros. La ginesta es reina en el paraje, a uno y otro lado del camino. Los techos de pizarra del pueblo encandilan la vista cuando falta un minuto para las cinco de la tarde. Entramos al Acebo por su Calle Real, real, caminera y medianera. Hemos dejado atrás la cultura y la arquitectura maragata. Descubrimos, con impaciencia, la arquitectura popular del Bierzo. Un panaché de puertas, portones y portalones, solanas y soleras, la madera imperando en las fachadas, la pizarra, los aldabones, gruesos clavos y todo claveteado. Balcones colgados con finos balaustres de madera torneada, techados, apizarrados, el techo sostenido por horcones hechos columnas. El Acebo merecería que nos quedáramos allí esa noche, bajo un techo apizarrado, para caminar por su calle Mayor, y respirar un poco de la altura, de la que nos vamos despidiendo en ese final de tarde junina. Pausamos en la Posada del Peregrino, y sellamos. La iglesia parroquial del s.XVI está dedicada a San Miguel. A la salida del Acebo, otra pausa, para el recuerdo, para un peregrino. Una bicicleta se empina al cielo, sobre un pedestal, y la sostiene una vara, la del caminante. El hierro usado por el ferrallero perdurará para recordar al peregrino alemán Henrich Krausse que allí dio su último aliento, golpeado por un infarto. ©eW&cAc



[1] El acebo es un árbol de la familia de las aquifoliáceas que puede crecer entre 3 y 15 metros de altura. Sus hojas no caen, se mantienen brillantes y tienen espinas en sus bordes. El árbol echa pequeñas flores de color blanco rosáceo y un fruto tipo baya de color rojo. El acebo es maderable.

Collado de las Antenas