lundi 21 juin 2010

Lorca, pueblo de casas blasonadas




Llegamos a Lorca [Lorkuz] (el segundo Lorca que piso, pues muchos años antes había estado en el Lorca del sur ibérico), cuando el crepúsculo vierte tintes inimaginables, y llegamos con buen pie en el pedal, porque si inicialmente era un pueblo que sólo nos vería pasar, Lorca se convirtió en término de etapa, y la satisfacción es grande, yo diría gigante, como la sonrisa de José Ramón, el hospitalero que nos abrió su albergue. Albergue de peregrinos [Teléf.: (34)948-640 045]. Nos instalamos con la ayuda de José en la habitación del segundo piso que da a la calle y con el balcón ideal para tender la ropa que lavaríamos. El hospitalero vraiment hospitalario nos recitó la lista de servicios del albergue mientras servía una cerveza a un cliente del bar. La tele encendida en espera del partido de football de esa noche, partido muy esperado por los españoles. José nos preguntó si queríamos cenar y luego nos hizo saber que dos peregrinos italianos (Gilberto & Marco), también ciclistas, e instalados en el albergue al poco rato de llegar nosotros, iban a preparar un risotto con vegetales y que nos invitaban a compartirlo. La cena compartida, lo fue frente al match de balompié. Nosotros encargamos a José que nos preparara un plato surtido con queso y jamón, y aportamos una botella de vino. Terminada la cena y colocada la loza en el lavaplatos, salimos a descubrir el pueblo. Pueblo de ciento y pocos habitantes, con casas robustas de fachadas blasonadas datando del XVII y el XVIII. Calle y Plaza Mayor, e iglesia románica con bóveda de horno en la cabecera, también románica la pila bautismal y como en otros villorrios, la efigie del apóstol, en este caso un Santiago Peregrino, de factura barroca. La luz natural se fue trotando a galope y se encendieron los faroles de la calle Mayor. La gran curiosidad alrededor de Lorca, es el río Salado, que en el Calixtino ya mencionan como venenoso por la abundancia de sales en sus aguas. Escribo aquí lo que dejó en tinta sobre un papel troceado, un peregrino que se hubo detenido en Lorca; “José es un ángel en el camino”, y nosotros lo creemos bien, y nos imaginamos al hospitalero, poner tapa y vino sobre el mostrador del bar, y a un lado, el libro que leía cuando allí estuvimos, “El criticón” de Baltasar Gracián, y que fuera publicado en la segunda mitad del XVII. Gracias José por tu gentileza de magnífico hospitalero. ©eW&cAc.




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