Nunca supe, a pesar de las señales, donde terminaba Huarte y comenzaba Villaba, como tampoco éste último y Burlada [Burlata], porque los pueblos se funden y se convierten en aglomeración de Pamplona, ciudad capital de Navarra, a 446 m de altitud, atravesada por el Arga, el cual se cruza sobre el puente de la Magdalena. Aún no es mediodía, cuando el sol se encarga de extenuarnos mucho antes de lo que imaginamos. Seguimos las flechas amarillas que desaparecen y aparecen en el camino hoy urbanizado. Colinas en lontananza, disputándose azules grises, flancos suaves de verdes campestres y rocas erizadas haciendo de vigilias. Pampelune, en voz francesa, y que me suena lejos, aunque confieso que Iruña me suena aún voz más extranjera, y opto por Pamplona, la ciudad de aquella chica que fue compañera de cursos cuando estudié en la universidad de Salamanca, y me pregunto si a lo mejor me la tropiezo en un cruce con semáforo. Nos detenemos en la plaza Príncipe de Viana, con su rotonda estrellada que nos pone en apuros… No logramos ubicarnos en el mapa ni en la ciudad en pleno movimiento alrededor de la plaza. Pregunto a un Guardia Civil, el cual me explica cómo llegar a la catedral y me dice que me quede con su mapa. Estábamos a dos pasos de la plaza del Castillo, aireada y palpitante, tocada de coloridos inmuebles. Del bullicio de la grande plaza pasamos al bullicio de las calles que van en dirección a la catedral, estrechas, animadas, edificios abalconados con galerías y miradores de diversas facturas. El ruido de grúas y equipos de trabajo nos guió hasta la catedral en plena obra de restauración. Avistamos un peregrino cansado que arrastraba los pies como una masa enorme y lo seguimos. Estábamos en el que fuera barrio de los peregrinos. Allí estuvo el asentamiento romano. Sobre las antiguas termas se yergue la iglesia del convento de los jesuitas, que formara parte del colegio de la Anunciata, hacia finales del siglo XVI. Sellamos la credencial y buscamos otra vez las flechas amarillas que señalan el camino. Una avenida interminable por camino, moles de betón, aceras cementadas y escasos árboles en ese sector de Pamplona, y sin pamplinas nos fuimos! Mucho nos quedó por ver en Pampelune, mais, pas question de dormir dans la grande ville navarraise… ©eW&cAc
lundi 21 juin 2010
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