Unos kilómetros más adelante, entramos en Azqueta, doblando a la derecha y subiendo una cuesta. Preguntamos por Pablito una vez parqueadas las bicicletas. Una voz suave nos indicó su casa y allá fuimos. Pablito está en el campo, nos dijo una señora, viene en un rato. Me hubiera gustado estrechar la mano de Pablito, el hombre de las varas de avellano, pero no pudo ser. No estaba a la orilla del camino, ofreciendo sus bordones a los peregrinos, estaba precisamente, buscando esas varas que sus ojos y manos saben elegir para bien del caminante. De Azqueta, su sello, y en el sello, las siete letras impresas del nombre de un hombre, leyenda en el camino. ©eW&cAc mardi 22 juin 2010
Los bastones de Pablito (Azqueta)
Unos kilómetros más adelante, entramos en Azqueta, doblando a la derecha y subiendo una cuesta. Preguntamos por Pablito una vez parqueadas las bicicletas. Una voz suave nos indicó su casa y allá fuimos. Pablito está en el campo, nos dijo una señora, viene en un rato. Me hubiera gustado estrechar la mano de Pablito, el hombre de las varas de avellano, pero no pudo ser. No estaba a la orilla del camino, ofreciendo sus bordones a los peregrinos, estaba precisamente, buscando esas varas que sus ojos y manos saben elegir para bien del caminante. De Azqueta, su sello, y en el sello, las siete letras impresas del nombre de un hombre, leyenda en el camino. ©eW&cAc
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