mardi 22 juin 2010

Los bastones de Pablito (Azqueta)


Al salir de Estella [Lizarra] optamos por seguir las flechas del camino, que va pegado a una antigua ruta. Así atravesamos Ayegui, célebre por sus forjas, pero sin detenernos. A la derecha el monte Gomicen, y a la izquierda, como un príncipe navarro, el Montejurra, de 1044 m de altitud y desde el cual imaginamos un panorama extraordinario de la región en derredor. A sus pies, el monasterio de Irache, tocado por el sol y rodeado de viñedos. La iglesia de Santa María la Real, del s.XIII, está compuesta por tres naves y crucero. Rodeando el edificio se aprecia en todo su esplendor la cabecera. En el pórtico de San Pedro se aprecian centauros como decoración. La torre, herreriana, fue construida mucho más tarde, y también el claustro, de estilo plateresco y bóvedas de terceletes. Monasterio, viñedos y trigales, hojas lanceoladas y espigas doradas, y como siempre, punticos amapolados en los sembrados. Peregrinos todavía frescos marchan con la vista puesta en un punto sólo visible para ellos. Buen camino. Buen camino, responden, o hacen como si no escucharan. Atravesamos un conjunto de casas adosadas, mismos colores, mismos tejados, misma factura. Es la Urbanización Iratxe.

Unos kilómetros más adelante, entramos en Azqueta, doblando a la derecha y subiendo una cuesta. Preguntamos por Pablito una vez parqueadas las bicicletas. Una voz suave nos indicó su casa y allá fuimos. Pablito está en el campo, nos dijo una señora, viene en un rato. Me hubiera gustado estrechar la mano de Pablito, el hombre de las varas de avellano, pero no pudo ser. No estaba a la orilla del camino, ofreciendo sus bordones a los peregrinos, estaba precisamente, buscando esas varas que sus ojos y manos saben elegir para bien del caminante. De Azqueta, su sello, y en el sello, las siete letras impresas del nombre de un hombre, leyenda en el camino. ©eW&cAc

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