jeudi 1 juillet 2010

Melide, provincia de La Coruña




A la altura de Leboreiro, dejamos Lugo para entrar en la provincia de La Coruña. El mismo paisaje gallego de verdes tiernos con reflejos de sol cayendo delicadamente y hórreos como monumentos. Cruzamos el río Seco, miramos de reojo el núcleo rural con sus viejas casas y su crucero. De súbito, aparece Melide como una anunciación del final de etapa. Desaparece el sol en un decorado de nubes irregulares y refresca la tarde. El camino se hace medio gris medio lechoso. Hacia el s.XIV fue repoblada por Alfonso IX que hizo construir murallas de las cuales sólo queda el recuerdo. Melide, que fuera etapa final del Camino Primitivo, también nombrado de Oviedo, se convirtió en pueblo dormitorio. Posadas y posaderos echaron ancla, Como lugar de reposo encontramos el Continente, un hospedaje no lejos del centro. Patrona y patrón, sesentones, simpáticos y serviciales gallegos. La jornada había sido intensa, y descubrir su casco antiguo no nos llamaba mucho la atención. Preferimos dedicarnos al buen comer y regresar al continente con las primeras gotas de una pertinaz lluvia que hizo historia en nuestro peregrinaje compostelano. Tampoco queríamos quitar Melide sin echar un vistazo a la Praza do Convento, donde se levanta la iglesia de San Pedro, perteneciente a los franciscanos conventuales, cuyos muros datan de finales del s.XV. ©eW&cAc


Casanova, un caserío perdido en el camino a Compostela


A salir de Palas de Rei nos dimos de bruces con el Ruxán, un curso de agua, que junto a otros arroyos, azulea la campiña gallega en esos lares. También en el “concello” Palas de Rei están Carballal y San Xulian do Camiño. Hórreos sobre cepas y arquitectura tradicional gallega con casas de piedras se presentan al peregrino. La pausa nos permite volver al mapa. Ante nosotros, un meandro de senderos y una hermosísima corredoira (corredor?) que se desplaza sobre un lecho de piedras y rocas que transpiran calma y sosiego. Hilos de agua y fango visten la corredoira en algunos tramos. Robles a uno y otro lado del sombreado corredor. El avance con las bicicletas se dificulta. Algunos resbalones sobre la roca nos ponen en guardia, pues a esa altura del peregrinaje no hace gracia rompernos una pierna o doblarnos un tobillo. Uno de los chicos de Vigo repara su bicicleta, le ofrecemos ayuda pero está claro que anda bien preparado. Seguimos la corredoira, avanzamos por senderos arenosos y salimos a un camino, el que buscábamos, aquel donde el hito marca Casanova, y que está a sólo 60 kilómetros de Santiago. Un casanoveiro se pasea por el camino, lo saludamos, le hago mil preguntas, y hasta nos hacemos una foto juntos. En el “concello de Palas de Rei” el caserío de Casanova me regala una de las más grandes alegrías del camino, y justo este primero de julio, en que avanza la cuarentena de mi vida. Me hubiera gustado pernoctar en el albergue de peregrinos de Casanova, pero urge avanzar. Nos despedimos del señor, que nos indica la dirección de O Mato, también conocido como San Xoan. El sol va cayendo y se incrusta en los techos de las casas. Hace sombras largas en el camino y nos guía en dirección de Melide. ©eW&cAc


Hacia Palas de Rei









Habiendo dejado el recodo y vueltos al camino, el campo gallego se presenta luminoso y verdeante. La humedad se deja sentir. Pastoreo y traslado de reses. Sublime paisaje que engrandece a las naciones. El campo es oro aunque sea verde. Entramos en el “concello de Monterroso” y el cartel nos advierte que el caserío es Os Lameiros. Minúscula iglesia construida con cantos de piedra y fachada blasonada. El crucero levantado en el camino es uno de los más hermosos. Una cruz también de piedra, revestida de musgo, corona el arco ausente de campana. Ligonde, en el mismo “concello”, muestra sus casas de piedra y sus hórreos. Una cruz marca el sitio donde estuvo el cementerio de peregrinos. Una pareja traslada y conduce sus reses a otro sitio. Los prados esperan ser comidos, lamidos y barridos por el ganado. El último caserío del “concello” es Airexe. Las aldeas se suceden: Liúlfe, A Brea, Lestedo, todas orgullosas de sus hórreos, de sus piedras, de la forja de sus ventanas. Camino sombreado a esa hora de la tarde. El camino nos lleva directamente a Palas de Rei, en el “concello” del mismo nombre. Detrás del pueblo, los montes azulados, superpuestos. La naturaleza como fondo de un feo decorado. Urbanismo grotesco que da deseos de huir luego de haber andado tanto camino. Palas de Rei fue residencia del último rey visigodo, Witiza, a comienzos del s.VIII. El burgo carece de patrimonio, pero la engrandece su rica tradición culinaria. Desgraciadamente no tenemos tiempo de detenernos en una pulpería para hacer honores a la cocina y al pulpo. Visitamos la iglesia, conversamos con el cura, muy gentil y conocedor de la Isla, y no olvidamos sellar nuestras credenciales. La tarde sigue cayendo y aún queda por pedalear. ©eW&cAc




Aparecen los primeros hórreos



Rodando por el “concello de Portomarín”, vamos pasando caseríos donde el hórreo[1] es rey en el paisaje. Toxibo y Gonzar son ejemplos. Por un camino a la derecha, Castromaior, con sus casas de piedra al interior de un paisaje verdeante salpicado de florecillas primaverales que hacen hermosos los bordes del camino. Más adentro, pinos erguidos sobre un lecho de exuberantes helechos. Suaves montes azulados en lontananza. Campesinos en su faena agrícola. Galicia es verde y acento armonioso. A la izquierda, la Serra de Ligonde, y en un claro del camino, una pausa más larga que lo habitual: Ventas de Narón, con su ermita de piedra rosada dedicada a Santa Madalena. Ambiente familiar y de peregrinaje a horas de descanso y almuerzo. Jinetes, ciclistas y peregrinos a pie se encuentran para un reposo merecido bajo la sombra de frondosos robles. Los peregrinos eslovenos saludan levantando sus copas de vino; las dos holandesas reflexionan mientras toman sendos cafés, la española bebe su vino mientras su hija adolescente envía mensajes desde su teléfono a los amigos, y la pareja de jubilados franceses que hacen el camino en bici, se relaja y hasta hablan y sonríen. Los efectos del camino. Nosotros acompañamos nuestro menú con una Estrella Galicia, rubia ideal a esa hora del mediodía pasado. Una vez saciado el hambre, en un recodo del camino, nos detenemos para una ligera siesta edificante. Lagartijas e insectos nos hacen coro como a dos Gulliveres. Un jubo prieto cruza el sendero haciendo eses como un borracho. Elie ronca, yo leo. El camino no tardará en abrirse ante nosotros. ©eW&cAc




[1] El hórreo es característico de Galicia y de Asturias. Es una construcción hecha de madera y mampostería, sostenida por pilares de madera y piedra. Se usa para guardar y conservar alimentos, granos y otros productos agrícolas, alejados de la humedad y de los animales, sobre todo, de ratones y otros roedores.


El Miño, gallego como el embutido habanero (Portomarín)






Desde la orilla derecha del Miño avistamos Portomarín. En medio del pueblo, en la plaza más céntrica, con su monumento al peregrino, se yergue la iglesia de San Nicolás, construida entre los siglos XII y XIII. El edificio, suerte de fortaleza y templo, dispone de una nave de colosal altura con amplias ventanas y sendos rosetones, y tres portadas románicas remarcables. Cruzamos el río, al final de cuyo puente comienza una escalinata que encamina a los peregrinos a pie hasta la iglesia de San Nicolás. Subiendo por una calle paralela al Miño, el paisaje se ensancha, el azul oscuro del río se ofrece espejo del cielo y llevando la vista un poco más lejos, el embalse de Belesar, obra que transformara el panorama caminero a su paso por el valle del Miño. Sellamos en San Nicolás y disfrutamos del lugar, sumido en una gran tranquilidad. El camino jornalero será largo aún. Salimos del pueblo siguiendo como siempre, las flechas amarillas que guían al peregrino y comenzamos a sentir el frescor del camino, proa a Melide, final de la etapa este primero de Julio. ©eW&cAc