mardi 22 juin 2010

Arcos sobre el Odrón





Desde Azqueta apercibimos Villamayor de Monjardín. En lo alto, las ruinas del castillo y la ermita de San Esteban. Como vamos por la NA-110, que bordea el camino, nos desviamos a la derecha para hacer una pausa en el pueblo a los pies de la que fue inexpugnable fortaleza tenida por visigodos convertidos al islam. En Azqueta nos dijeron de no dejar de ver la Fuente de los Moros, y el desvío ha sido por a la que llaman maravilla gótica. Y no la vimos, -llevo agua en mi cantimplora, y para moro, yo- pensé mientras me detenía frente a la torre barroca de la iglesia de San Andrés, de cuerpo romano a nave única y cabecera semicircular. Ahora me pesa no haber perseverado en la búsqueda de la fuente. Nos reposamos unos segundos, no más, el tiempo justo para coger fuerzas y seguir la ruta. En el descenso a la carretera, una peregrina cansada y medio perdida, nos preguntó si para Los Arcos doblaba a la derecha, -siempre a la derecha, respondimos al unísono y a lo lejos vimos un punto rojo que avanzaba lentamente por el camino de tierra. Era ella, y aunque no alcanzara a oírnos, le enviamos un “buen camino” en su marcha a Los Arcos.
También nosotros llegamos a la villa formada en el siglo XI. El calor se instala y con él, la fatiga. Tenemos la impresión de pedalear sin avanzar, y aún no es mediodía. Peregrinos que van y vienen, se sientan en los muros del portal de la iglesia, se descalzan, almuerzan sus bocadillos y se van por el portal de Castilla, construido en el XVII y que lleva las armas de Felipe V. Cada uno a su turno, entra en la iglesia de Santa María, toda abierta, lo que permite una claridad natural que se mezcla a la semioscuridad de la nave, que es única. Dos o tres obreros entran y salen, como abejas con gorras, sin hablar, sin querer hacer daño al silencio de los muros. Entramos al s. XII, cuando el edificio fue erigido en estilo románico. Las capillas laterales ocupan los espacios entre contrafuertes. Al silencio y la semioscuridad se imbrican todos los elementos interiores que ha acumulado el edificio, y que van del gótico al neoclásico pasando por renacentistas y barrocos. La puerta al claustro, adosado en la fachada sur, deja entrar otra “lumière”, aquella que guarda del s. XV, claustro gótico flamígero, cuyos arcos desbordan suavidad y delicadeza. Una vez fuera del edificio, siento que algo me ha faltado por ver, y regreso, regreso al claustro justo cuando un murmullo de hábito negro y blanco se desplaza por una galería. Salimos a la plaza, montamos las bicicletas, y atravesamos el río Odrón, dejando atrás el Portal de Castilla, no olvidando sellar la credencial, en una pauta del camino, esencial en la ruta jacobea. ©eW&cAc.

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