La tarde ha caído y con la penumbra incierta del crepúsculo se encienden los faroles de la única calle de Hontanas. El reposo lo encontramos en El Descanso, una casa rural que llevan el alcalde de Hontanas, su mujer y su hijo. Gente sencilla y por demás, bien castellanos. Desde la ventana de nuestra habitación, la torre campanario de la iglesia de la Inmaculada se presenta como un paredón protector. La iglesia tiene orígenes góticos. Adosada al edificio puede verse una sólida casa medieval. Cenamos en la misma casa, servidos por la hospitalera que es diestra en amabilidad campechana. Su hijo y marido son también excelentes anfitriones. Al lado nuestro, tres peregrinos cenan y conversan de sus regiones ibéricas. Vienen de tres sitios diferentes. Sentada a nuestra mesa, una chica de Barcelona. Ella pone atención a la conversación de los tres hombres y los interpela. Saca en defensa su Cataluña de origen y se muestra guerrera y rebelde. Los hombres ripostan pero sin ofensa, la conminan a que se centre en su menú peregrino y no se meta en conversaciones ajenas. La chica, que hace sola el camino, -en plan vacaciones me pareció, no se deja intimidar y vuelve a la riposta. Le pedimos deje ese sentimiento de agredida y víctima. Bebe su segunda cerveza y desaparece. Nosotros lo sentimos como un alivio. En España mucha gente se desgarra por nada y en ello pierden un tiempo precioso. Después de la cena nos damos una vuelta por el fantasmagórico Hontanas sumido en el silencio junino. El reloj del campanario de la Inmaculada me despertará a horas precisas. Hasta la campanada de las seis de la mañana en que me incorporo para ver los tonos rojo-naranjas del sol apareciendo detrás de los montes bajos castellanos. Todo listo para seguir el camino después de haber desayunado. Instalamos nuestros fardos en las bicicletas y fue en ese momento que me percaté de la parrilla dañada. Hontanas, más pobre que un pobre. Ni un cordel, ni un cable, y mira que fue agenciosa la hospitalera. Logramos reparar la parrilla, -un punto de soldadura ido!, gracias al equipo de obreros ecuatorianos que habían dormido también en El Descanso. No habiendo podido apreciar la iglesia en su interior, optamos por dejar en el dintel de su portada, un cirio agradeciendo el haber llegado y el poder irnos, otra vez sobre nuestras bicis, en dirección a Santiago. ©eW&cAc
jeudi 24 juin 2010
Camino excepcional, polvoriento y ancestral (a Hontanas)
El San Roque barbudo de Hornillos

…Rabé de las Calzadas (capilla NS de Monasterio)
Y en Tardajos paré…

Burgos y el Cid campeador
La entrada a Burgos, por la N-1 será larga y fatigosa, al extremo de que si no fuera una pauta importante del camino, contornearíamos la urbe. Pero una ciudad así de monumental no puede pasarse por alto en el camino. Ya he puesto los pies en Burgos, pero no como peregrino. Mi paso por Gamonal que es la extensísima periferia noreste burgalesa estuvo marcado por una goma pinchada. Fue rápido encontrar un taller de reparaciones de bicicletas, poco antes del cierre para la siesta. Mientras le cambiaban la cámara, en un abrir y cerrar de ojos, echamos un vistazo al mapa de la ciudad. Aún quedaba un buen tramo para llegar a la catedral. Decidimos reponer fuerzas almorzando en un café-bar del barrio y luego volvimos a montar sobre nuestros jamelgos de hierro en busca de la estatua del Cid. Si la travesía de Gamonal fue fatídica, la entrada al casco histórico fue tal cual. El reparador de marras, hubo de cambiar la cámara pero no hizo bien su trabajo, que era revisar el interior de la goma y quitar el funesto hierro que la había pinchado.
Mi saludo al Cid fue una mueca amarga. Atravesamos el puente de San pablo sobre el Arlanzón y fuimos nosotros los encargados de coger el ponche esta vez. Me guardo los detalles terrenales de la reparación y como si nada hubiera pasado, entramos al centro monumental llevando de la mano, uno la Gazelle, el otro la Gitane.
Entramos por el Arco de Santa María, del sXVI, al pasar el puente del mismo nombre. El arco lleva incorporado estatuas de personajes vinculados con la ciudad. Tenemos el tiempo contado, no podemos olvidar el sellado de la credencial ni dejar de entrar a la catedral, y, dónde dejamos las bicis con todos los fardos a cuestas? Como ya he visitado la catedral, me quedo al cuidado de ellas y Elie se pierde en el ambiente gótico de la catedral, consagrada en 1260, no sin antes recordarle de visitar la tumba del Cid y de doña Jimena, de una modestia sin par, pero teniendo como techo un sorprendente crucero de factura gótica tardía. Elie feliz viene a mi encuentro, y se sonríe al verme platicando con un grupo de ancianos, venidos de lejos, desde el asilo en que pasan su final de vida. Ah, la vejez!, me digo, y pienso en mi padre, y se me antoja verlo sobre un caballo, campeando como el Cid! ©eW&cAc
El milagro de la luz en San Juan de Ortega
En el descenso a San Juan de Ortega, el camino sigue el curso de un arroyo que también da nombre a una ermita, Valdefuentes. El camino, -y felizmente, se aleja de la N-120 buscando el sitio donde en 1477 Isabel la Católica le implorara a San Nicolás un remedio que la hiciera mujer fértil. Para nosotros, la Ermita de Valdefuentes fue una pausa reconfortante y puerta al camino que nos condujera al lugar de retiro de Juan de Quintanaornuño, que fuera discípulo de Santo Domingo de la Calzada. La reliquia traída por él de Tierra Santa y dedicada a San Nicolás, fue conservada en una ermita que más tarde se convertiría en iglesia, de importante volumen, cuya cabecera triábsidal es de factura románica, con una pureza de líneas sorprendente. La iglesia tiene un capitel que cobra famadurante el equinoccio cuando un rayo de sol lo ilumina. El llamado “Milagro de la Luz” realza la Anunciación, la Visitación y la Natividad representadas en dicho capitel. Acuñamos nuestras credenciales y dejamos San Juan por una carreterita que nos llevó a Barrios de Colina. Paz campestre en una llanura tocada de verdes y amapolas cuyo término fue Olmos de Atapuerca a vista de pájaro. Ni Agés, ni Atapuerca, y tampoco Orbaneja-Riopico nos vieron pasar. Nuestro objetivo es devorar el asfalto que como feroz tapiz se extiende a la entrada de Burgos. ©eW&cAc
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