jeudi 24 juin 2010

Camino excepcional, polvoriento y ancestral (a Hontanas)



La quinta etapa va llegando a su fin una vez que hemos dicho adiós a Hornillos del Camino. Apenas doce kilómetros nos separan de Hontanas, sitio en el que habiendo lugar para pernoctar, nos quedaremos, o bien habrá que hacer otros nueve kilómetros hasta Castrojeriz. El camino es como Castilla, duro y pedregoso, bordeando trigales, y amapolas prestas a flaquear desde que baje el sol. Seguimos el trazado que marcan los pies peregrinos. Colinas ondulantes y montes bajos como el Aparicio y más al norte el Cerro Maltigro. A mitad del camino, el refugio de San Bol, por donde corre el arroyo del mismo nombre. A veces avanzar se hace difícil. Las gomas resisten, pero yo siento un sobrepeso extraño hacia la izquierda y un rozamiento que no me explico. No hago caso a ese roce de gomay fardo. El paisaje merece disfrutarse sin nada que lo golpee. Curva aquí, curva allá, descensos y subidas en camino pedregoso. Se hace difícil avanzar. Poco más delante de San Bol, el camino cruza una carretera, la BU-P-4041. Miramos nuestro mapa. Y si entramos a Hontanas pasando por Castellanos de Castro? Eh, voilà!, rodamos hasta un crucero que indica el pueblito de marras. Y del poblado, vamos descendiendo una ligera cuesta que nos lleva a Hontanas.

La tarde ha caído y con la penumbra incierta del crepúsculo se encienden los faroles de la única calle de Hontanas. El reposo lo encontramos en El Descanso, una casa rural que llevan el alcalde de Hontanas, su mujer y su hijo. Gente sencilla y por demás, bien castellanos. Desde la ventana de nuestra habitación, la torre campanario de la iglesia de la Inmaculada se presenta como un paredón protector. La iglesia tiene orígenes góticos. Adosada al edificio puede verse una sólida casa medieval. Cenamos en la misma casa, servidos por la hospitalera que es diestra en amabilidad campechana. Su hijo y marido son también excelentes anfitriones. Al lado nuestro, tres peregrinos cenan y conversan de sus regiones ibéricas. Vienen de tres sitios diferentes. Sentada a nuestra mesa, una chica de Barcelona. Ella pone atención a la conversación de los tres hombres y los interpela. Saca en defensa su Cataluña de origen y se muestra guerrera y rebelde. Los hombres ripostan pero sin ofensa, la conminan a que se centre en su menú peregrino y no se meta en conversaciones ajenas. La chica, que hace sola el camino, -en plan vacaciones me pareció, no se deja intimidar y vuelve a la riposta. Le pedimos deje ese sentimiento de agredida y víctima. Bebe su segunda cerveza y desaparece. Nosotros lo sentimos como un alivio. En España mucha gente se desgarra por nada y en ello pierden un tiempo precioso. Después de la cena nos damos una vuelta por el fantasmagórico Hontanas sumido en el silencio junino. El reloj del campanario de la Inmaculada me despertará a horas precisas. Hasta la campanada de las seis de la mañana en que me incorporo para ver los tonos rojo-naranjas del sol apareciendo detrás de los montes bajos castellanos. Todo listo para seguir el camino después de haber desayunado. Instalamos nuestros fardos en las bicicletas y fue en ese momento que me percaté de la parrilla dañada. Hontanas, más pobre que un pobre. Ni un cordel, ni un cable, y mira que fue agenciosa la hospitalera. Logramos reparar la parrilla, -un punto de soldadura ido!, gracias al equipo de obreros ecuatorianos que habían dormido también en El Descanso. No habiendo podido apreciar la iglesia en su interior, optamos por dejar en el dintel de su portada, un cirio agradeciendo el haber llegado y el poder irnos, otra vez sobre nuestras bicis, en dirección a Santiago. ©eW&cAc




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