samedi 3 juillet 2010

La oficina de la peregrinación









No hubo ruido de carretas. La noche santiaguina, pasó como un cometa cuyo polvo al caer nos adormeció sin que cuenta nos diéramos. Al alba escuché las campanas. Abrí los ojos y miré el cielo perlado, falto de azules y amarillo. Demasiado temprano. Mi compañero de peregrinaje duerme profundamente. Sólo el tañido de las siete, repique de campanas llamando a misa, interrumpen el debate entre Elie y Morfeo. Allez, lieutenant, c’est l’heure! Desayunamos de prisa en el mostrador del café del hostal y partimos en dirección a la oficina de la peregrinación para obtener la compostelana. La oficina abre a las 08h00. Una fila de peregrinos, unos acabados de llegar, mochilas, varas y botas que atestiguan fango del camino. Otros, como nosotros, frescos como lechugas. Al lado de la oficina, un local propone a los peregrinos de guardar bolsos y mochilas pagando un euro. Estilo aeropuerto, los bultos son bien chequeados, en previsión de atentados, atentar contra quién, contra qué? La paranoia del terrorismo alcanza la tranquilidad que una vez hubo, y qué yo aprecio aún, en el lugar santo. La fila no se mueve, y siguen llegando peregrinos. Reconocemos algunos rostros. Incluso el del peregrino que nos pidió le hiciéramos una foto y que a su vez nos fotografió en la borne del alto de Barreira. Lo saludamos. Se sorprende. Se le sube esa insolencia y altanería de la que a veces transpiran los españoles. Nos dice que no nos conoce. Cierto, no nos conoce, sólo reproduce ese acto de sentirse agredidos, y como mucha gente hoy día, borran todo contacto humano de sus cerebros. Le refrescamos la memoria, justo para hacerlo sentir mal, asiente, “buen final de camino”, le espetamos, y le damos la espalda. La fila comienza a moverse. Los peregrinos como piezas de un tablero, buscan su cuadrante, su lugar, el término del camino traducido en papel y convertido en importante engranaje empresarial… ©eW&cAc

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