dimanche 20 juin 2010

S’CONVENTUS HOSPITALIS ROSCIDEVALLIS

La suerte nos acompañó, o quizás estaba escrito de que así pasaría… Un VW azul matriculado en Navarra se detuvo a cinco metros del crucero. Sin mucho preguntar me abrieron la puerta trasera y comenzó mi retorno imprevisto a Roncesvalles. El conductor, un navarro treintañero, transpirando aires de buena familia. El copiloto y la señora sentada detrás, madre e hijo, burgaleses amigos del conductor, que iban a Roncesvalles para desde allí comenzar una etapa en el camino a Santiago de Compostela. El tiempo justo para intercambiar impresiones y una vez detenidos en la explanada del hospital de peregrinos, mi agradecimiento y mi deseo de un buen comienzo de camino. Corrí a sellar nuestras credenciales, recibí de manos de la benévola hospitalera un montón de información sobre el camino navarro, y hasta una cinta azul luminosa para situar en la bici y ser visible por los automovilistas con la inscripción Ruta Jacobea 2010. Un peregrino, con aires de fatiga, me interpeló en el hall a la salida del buró de acogida de los caminantes, pero no pude responder a su interrogante. Raudo, como otras veces, salí a la carretera con el objetivo de pedir ayuda y llegar a Gerendiain donde me esperaba, tullido del frío, mi excelente amigo Elie Wakim. En Roncesvalles, al borde la carretera, una cerca de alambre protegía un prado inmenso, verde anís con manchas del verde que colorea las hojas nuevas del laurel. Sobre la cerca, a manera de tendedera, los peregrinos hacían secar ropas y calcetines que una vez fueron blancos. El tercer automovilista se detuvo a mi lado y me dijo que me sentara detrás. Una mujer rubicunda, de poco hablar pero que me dijo que le pareció que yo tenía un problema. El problema, que había sido el olvido de la credencial, ya estaba resuelto. El de ahora era llegar a Gerendiain. Puedo ayudarte hasta la mitad del problema solamente. Y dicho esto aminoró la velocidad, encendió las luces de girar a la izquierda, y al hacerlo se detuvo. La mujer, que trabaja en un restaurante de Roncesvalles, terminaba de trabajar y se dirigía a Ureta. Durante un momento me sentí acompañado por un rebaño de vacas blanquinegras. Casi sin hacer dedo, un auto gris se detuvo. La conductora bajó los cristales, me preguntó, asintió y desde que nos pusimos en marcha, la conversación fue cordial y fluida. Una mujer hermosa, simpática, gentil como buena navarra. Acababa de dejar a su hija con unos americanos que habían conocido en un viaje académico a los Estados Unidos. Ellos encantados, ella también. Yo, por supuesto, satisfecho de aquel encuentro dominical en una carretera de la Comunidad Foral de Navarra. La señora, socióloga o psicóloga, trabaja como investigadora y también es enseñante, ama Navarra y adora los encuentros donde la fraternidad es más importante que las simples formalidades. Le entregué mi tarjeta. Le agradecí su ayuda y se lo agradezco a través de estas páginas. Espero visite la bitácora o trabe contacto con nosotros. Elie me esperaba, medio tullido por el frío. Sorprendido de verme volver en el espacio de una hora y cuarto, tiempo que tomó, por un descuido, el sellado de la credencial en tierras de batallas y cantares. ©eW&cAc

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