vendredi 2 juillet 2010

Arzúa, “terra do queixo”






El “départ” de Melide estuvo marcado por una fría llovizna y la preparación de las bicicletas en previsión de un día mojado. En lugar de tomar el Camino, emprendimos el pedaleo por la N-547. Recordamos entonces el consejo que nos diera el posadero de Saint-Jean-Pied-de-Port, de no pedalear por el camino en caso de lluvia. Tampoco la carretera era un paraíso para rodar. Rodamos de forma mantenida, con los frenos alertas. Dos fantasmas rodantes, de amarillo y negro por la nacional coruñesa. En un café de Boente nos detuvimos para tomar un desayuno mientras la lluvia amainara. Allí trabamos conversación con una pareja de alemanes conversadores y simpáticos. El reloj del templo de Santiago, construcción del s.XIX, marcaba las 11h12. A la derecha, tres kilómetros adentro, Golan. La lluvia se hizo llovizna. Un velo acuoso cubría los montes y en los prados, las reses pastaban sin prestar atención al goteo. Buen pasto, buena leche, y después, excelente “queixo”.




Alcanzamos Arzúa. Bajo la llovizna el pueblo se nos antoja horrendo. Entramos en la capilla de la Madalena, y sellamos la credencial, bien protegida para no mojarla. A la derecha, casas con soportales. Una mujer en la puerta de su casa conversa con peregrinos que se guarecen en el soportal. Salimos a la calle principal. Desde la carretera avistamos los edificios recientes de la localidad. Los beneficios lácteos se traducen en inversión inmobiliaria. A la entrada de Burres, otra pausa. Una casa, al borde de la carretera, me impulsa a llegar, abrir la puerta y echarme a descansar en un rincón del salón. Los vidrios empañados por la humedad. El tintineo de las gotas cayendo afuera. Abro los ojos, bien abiertos, estoy soñando despierto. Dos vueltas de pedal y ya la casa no existe. Miro atrás, distingo el humillo que escapa de la chimenea. Miro a la derecha. Como tarjeta postal, el cementerio. Y ya estamos entrando en Ferreiros cuando la llovizna para completamente. Macizos de hortensias inundan los bordes del camino. Por un momento evitamos el asfalto, a la altura de Salceda. La cuesta que se nos presenta, es el Alto de Santa Irene, una minucia de 405m si miramos atrás, y pensamos en los montes ya caminados. Encapados y a buen ritmo, cabalgan los jinetes peregrinos. Ellos pueden adentrarse en el camino. Hermosos caballos. Veo a mi padre cabalgando, montado sobre un hermoso alazán. A esta hora duerme todavía mi padre, en su refugio de Candelaria. ©eW&cAc

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